viernes, 11 de mayo de 2007

Primavera

El viento mece su larga melena. El sol ilumina sus ojos y, en vez de negra, la oscuridad se torna rojiza. Él pedalea lo más fuerte que puede, parece que las ruedas van a salir volando en cualquier momento, y entonces suelta el manillar. Simplemente quiere gozar de la sensación y sentirse como un águila volando bajo, un momento antes de hacerse con el conejo. Olor a lavanda, el agua del río que unos metros más allá corre bullicioso. Percibe perfectamente su entorno, se siente en armonía. Tardará en recuperar el aliento. Ella grita a su espalda.

La bicicleta cae con gran estruendo, pero el golpe es suave. La hierba lo amortigua y ambos ruedan varios metros más allá, dando a parar a la sombra de los chopos de la ribera. Ríe, ríe sabiendo que es libre y que nadie puede robarle ese momento. Pero también consciente de que los sábados de mayo pasarán y que quién sabe, quizás la próxima vez que caiga de la bicicleta le duela.

Mientras, como lamentándose, la rueda delantera de la vieja Orbea verde sigue dando vueltas, tripa arriba, mirando al cielo.


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Un tributo a la primavera. Me niego a renunciar a ti por otra tanda de libros que, cual comida precocinada, pronto deberé tragar. Ruego que no me juzguen por esta brizna de rebeldía. A la salud de las bicicletas y sus ciclistas.

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