el piloto del módulo lunar Fred Haise,
el piloto del módulo de mando Jack Swigert y
el comandante James Lovell.
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Hoy es el día. Hace treinta y siete onces de Abril. La mañana se levanta apacible en el KSC, Cabo Cañaveral (Florida). Apenas unas cuantas bandadas de aves perturban el silencio que envuelve a otro pájaro, de más de cien metros de altura que se yergue sobre la plataforma de lanzamiento. A pesar de las apariencias, la procesión va por dentro. Decenas de técnicos han estado mimando toda la noche a su niña bonita antes del despegue. Pantallas enteras de telemetría deben mantenerse en los valores adecuados para poder dar el visto bueno y así que a las 13.13 hora local (absténganse supersticiosos) los cinco motores F1 de la primera fase rujan para consumar el milagro.
Consumiendo cantidades ingentes de energía, todos los sistemas de la nave, desde el guiado hasta el control ambiental vuelven a ser revisados desde primera hora de la mañana (o quizá más estrictamente de la madrugada) para asegurarse de que no hay error posible.
Mientras, a unos pocos kilometros de allí, la tripulación se levanta al alba. Durante varios días han vivido prácticamente aislados para evitar cualquier posible contagio. Un resfriado allí arriba puede suponer una complicación crucial. Por última vez en una semana se dan una ducha, se afeitan y hacen el desayuno típico de huevos con bacon que tan malas pasadas les ha jugado a algunos tras el traqueteo del despegue. Lo próximo que coman será un paquetito poco apetecible que tendrán que hidratar antes de llevárselo a la boca...normal que hagan por tragar el desayuno continental.

Desayunando
Después de esto, comienza el ritual del suit-up. Vamos, lo que viene a ser ponerse el traje. Podría parecer tarea trivial, pero a pesar de estar rodeados por varios ayudantes la operación lleva al menos una hora. Tras ello, últimas palmaditas en el casco y a la furgoneta.

El comandante de la nave, James Lovell, durante el suit up
Lo siguiente que vean será el imponente cohete desde su base. Pensar que te van a atar en la punta y le van a dar candela no debe ser nada confortante. Sin embargo, la tripulación sonríe mientras suben en el ascensor, a apenas unos metros de la bestia. Una vez llegan arriba, entran en el módulo de mando y se despiden de los auxiliares que les atan la cintura y los hombros al asiento. Último apretón de manos y la escotilla se cierra con un chasquido. Atmósfera 60% oxígeno 40% nitrógeno para todos.
Tres horas después de esto y tras haber completado páginas de procedimientos de encendido y traqueteos por todos los lados de la bestia, el comandante coloca el conmutador Auto Secq en automático, esto es, decirle a la unidad de instrumentación que que en sus manos pone su espíritu. Un minuto después, el infierno.
Toneladas de litros de combustible se consumen por segundos. La vibración es brutal y, como por arte de magia, la nave asciende dejando tras de sí la plataforma y una densa estela de humo. Lovell, desde su asiento a la izquierda de la nave controla la altitud y verifica que la nave empieza a cabecear unos segundos después. El empuje es correcto.
Se suelta la primera fase, comienza la ignición de la segunda. El cambio de fases es muy brusco y empuja a la tripulación hacia el panel de mando, como en un frenazo de coche. De pronto, se enciende una luz. De los cinco motores, uno ha dejado de funcionar. En Houston toda la sala de control se inquieta. Sin embargo, el técnico de guiado asegura que mientras no falle otro más no hay problema. Por un momento todo el mundo tuvo un nudo en el estómago.
Ha comenzado la misión, tras el TLI, la nave ya se dirige a la Luna, hacia las llanuras de Fra Mauro.
Ex luna scientia

Espero que este formato de narración haya resultado algo más ameno. Valientes los que hayáis llegado hasta aquí.
2 comentarios:
Me considero valiente, pues.
Gracias mil por tus visitas preciosa! Espero que no me pierdas pista ;-) Un besote y hasta pronto.
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