miércoles, 4 de abril de 2007

Una postrera sonrisa

Sé que te fijabas en mí cuando te dirigías a la multitud a las orillas del lago. Ya podía haber allí miles de personas, que yo sentía cómo el mensaje iba directo a mí, a mi día a día, a mis sentires más íntimos. Por eso decidí seguirte unos días que tenía libres en la carnicería.

Corriendo me fui a casa, preparé un atillo con una muda y media hogaza de pan y volví a tu encuentro. Íbamos un montón. Conocí a gente muy simpática, que te había acompañado más veces antes y que hablaba maravillas de ti.

El sol era abrasador, y entre nosotros había mucha gente mayor y niños que necesitaban descansar. Tú te diste cuenta y buscaste una explanada en la que cupiésemos todos y donde pudiésemos tomar un pequeño almuerzo. Sin embargo, casi nadie había tenido tiempo de ir a su casa, y éramos pocos los que teníamos algo de comer.

Ya estaba a punto de partir mi hogaza entre un grupo de chavales que correteaban a mi alrededor, cuando oí tu voz pidiendo que quien tuviese algo te lo diese. Entonces yo me acerqué. No pude evitar que el corazón se me desbocase cuando apenas nos separaban un par de metros y tu mirada estaba clavada en mí. Con una sonrisa en tu cara me abrazaste, y me agradeciste el gesto. No fui capaz de articular palabra, y con una medio sonrisa nerviosa retrocedí y volví a mi sitio. A medio camino, me giré disimuladamente y vi que aún me sonreías.

Una vez sentado observé que tus discípulos andaban con unos canastos repartiendo pan y sardinas asadas para todos ¡menudo alboroto! La gente explotó de alegría, y disfrutó barbaridad con aquella comida.

Pasaron aquellos días y yo tuve que volver a mi carnicería. Hasta la rutina diaria seguían llegando destellos de tu obra. Oí decir a un grupo de hombres que habías conseguido salvar a una adúltera de la lapidación, que habías hecho andar a un paralítico, e incluso...que habías resucitado a un amigo tuyo muerto días atrás.

Y llegó la Pascua. Es la época del año más dura en mi carnicería. No paramos de sacrificar corderos y prepararlos para que las familias los asen. Así que es habitual que incluso le robemos horas al sueño para poder cubrir todos los pedidos. Sin embargo, en cuanto acabamos y después de cenar en casa como era preceptivo, marché con un amigo camino a Jerusalén, donde me dijeron que entraste entre alabanzas y gritos de júbilo. No podía perderme esta segunda oportunidad de verte.

Sin embargo, cuando llegamos a la mañana siguiente, el ambiente era bien distinto. La gente corría de un lado para otro airada, incluso algunos blandiendo largas varas. Pregunté a un anciano que de qué iba todo aquello, y me respondió que habías sido apresado y que tus seguidores estaban siendo perseguidos por toda la ciudad.

Un escalofrío me dobló el espinazo. No podía creer que fuese posible. Desconcertado, con lágrimas en los ojos y sin rumbo deambulaba por las calles. De pronto volví a encontrarme con un grupo de hombres armados. Cuando me vieron me rodearon y amenazantes me preguntaron si te había visto alguna vez o te había seguido a alguna parte. Asustado, con el corazón en un puño, te negué. Sabía que de otra manera me habrían dado una buena paliza.

Cuando volví en mí, asustado, temblando, seguía a aquel grupo con una vara en mi mano. Me había convertido en perseguidor tuyo. Llegamos a un camino abarrotado de gente. Nos dijeron que pasarías por allí, y el líder de mi grupo dijo que nos quedábamos, que no íbamos a desaprovechar la ocasión.

Entonces te vi, con una cruz al hombro. La gente te increpaba y te insultaba. Agobiado, te desplomaste. Nadie te ayudó, yo tampoco te ayudé. Legionarios que te seguían comenzaron a azotarte en el suelo. Conseguiste ponerte en pie y avanzar. Volvías a acercarte a mí, como aquella vez a la orilla del lago. Sentí la mirada del líder de mi grupo esperando mi reacción cuando pasases a mi lado.

Te escupí. Yo, días atrás maravillado por tus palabras, por tu sensibilidad y afecto hacia todo prójimo te escupí con ira, asustado por lo que pudiese pasarme si no lo hacía. Volviste tu cabeza ensangrentada hacia mí y, deteniéndote un momento, me dedicaste una postrera sonrisa...

1 comentario:

Alfonso dijo...

Estoy sin internet, pero cuando puedo me cuelo y le echo un ojo a tu blog.

Go on.

A veces creo q soy internetdependiente...