La bicicleta cae con gran estruendo, pero el golpe es suave. La hierba lo amortigua y ambos ruedan varios metros más allá, dando a parar a la sombra de los chopos de la ribera. Ríe, ríe sabiendo que es libre y que nadie puede robarle ese momento. Pero también consciente de que los sábados de mayo pasarán y que quién sabe, quizás la próxima vez que caiga de la bicicleta le duela.
Mientras, como lamentándose, la rueda delantera de la vieja Orbea verde sigue dando vueltas, tripa arriba, mirando al cielo.
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Un tributo a la primavera. Me niego a renunciar a ti por otra tanda de libros que, cual comida precocinada, pronto deberé tragar. Ruego que no me juzguen por esta brizna de rebeldía. A la salud de las bicicletas y sus ciclistas.
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